Prometo que todo va a cambiar, prometo que nada
volverá a ser igual. Pero también te prometo que no vamos a mover nada.
Te juro que voy a darlo todo, una vez más, y que no
voy a dejarme nada en el tintero. De verdad que esta vez no va a darme miedo,
nunca más, ya no.
Prometo
que voy a sonreír siempre, aunque no todas las veces lo haga con los ojos. Prometo
estar ahí para todo.
Prometo
perdonar todo lo anterior y no guardar rencor por lo que venga, aunque no
pienso olvidar nada.
Prometo
seguir riéndome de todo, brindar por las derrotas, como hasta ahora.
Prometo
aprender. Volver a cagarla. En el mismo punto. Donde siempre. Como nunca.
Prometo
llorarlo todo. Arriesgar por nada. No volver a jugar sin conocer las normas
también entra dentro de mis planes.
Tienes
las cartas boca arriba y las apuestas ya están hechas. Un futuro en tus manos y
sobre la mesa. Un mundo de posibilidades o un calvario sólo para ti.
Una
vez leí que “el purgatorio del que se hablaba en la Iglesia estaba hecho de
melancólicas esperas”, y ese es mi mayor problema ahora mismo, ¡ya ves tú!
Y date
cuenta de que no prometo quererte ni un poquito más, ni un poquito menos. Prometo
quererte distinto. Como no te han querido, como no he querido, como no te querrán
ni querré nunca.
Y es
absurdo, como todo. Como todo lo que se dice y se hace, no más que lo que
callamos o ignoramos.
Y no
voy a protegerme más. Voy a abrir todas las puertas y ventanas que encuentre. No
va a quedar ni un rincón sin que le llegue la corriente.
Y pienso
estrellar vasos de licor dentro de la chimenea y arrojar platos al suelo,
porque somos así, así de ilógicos, así de dañinos, así de nuestros. Siempre tan
de Sabina y de Bukowski y tan poco de Gala. Igual de incorregibles, igual de
complicados, siempre tan sencillos y básicos.
Que
no sea porque no se ha intentado, que no sea porque nos hemos callado o
acojonado.
Si bien
este es un tren que solo pasa una vez en la vida, pero nunca se habla del
tiempo de la parada. Que no se te haga tarde.
Pero
por supuesto y sobretodo: prometo sufrir mucho y seguir muy viva. Y, como dice un gran sabio: que no me falten vuelos.
“Algunas
personas nunca enloquecen. Tendrán unas vidas realmente horribles”.