Esto cada vez se pone más difícil, y a duras penas
puedo contribuir con un cigarro. Me he cansado de esos noes que saben a síes, y
de de esos síes que quiero escuchar pero que nunca llegan.
Pudiste haber sido mi tabla de Carneades, y al final
nos hemos acabado ahogando los dos en el último gintonic.
Supongo que esta es una carta con antojos de
despedida, aunque tampoco te pienses que es lo que más me apetece, pero me
tengo que querer a mí más.
Supongo que ha sido un placer bailar contigo y
desayunar contigo, pero no estoy del todo segura de ello, por lo que los
agradecimientos los dejaremos para más adelante. Ya, si eso, otro día.
Para aclararlo, para el futuro, para el próximo que
venga y que no vaya a estar dispuesto a llegar al final porque se acojone en el
último momento: soy de copa contra la pared y polvo frente a la chimenea, y el
que no esté dispuesto a ello que no venga, que no hace falta.
Me apeteces y me has apetecido. Tenlo claro. Que
tampoco tiene que ser un adiós definitivo, pero muchas vueltas tiene que dar la
Tierra para que volvamos a encontrarnos en el momento adecuado, en el mismo
punto.
Que sepas que, ahora mismo, me dejas inapetente. De
eso que ni frío ni calor. Que ni llantos ni risas ni copas un lunes por la
tarde. Enhorabuena.
Has sido, una vez más, lo que pudo pero que no llegó
a ser. “El que no supo cobrar el boleto”. Bienvenido al cajón en el que quedan
los que pudieron ser un noviembre dulce o el ladrón del mes de abril. Adiós a
los largos domingos de noviazgo. Te has quedado en un quiero y no puedo
(cobarde).
Manda saludos a los que habitan en ese rincón
apartado, que no sois pocos, dales besos de mi parte.
No se qué es mas, si la falta que me haces o lo que te echo…